martes, 11 de junio de 2013

Tao Te Ching | INTRODUCCIÓN (2)

EL TAO

La primera de las tres palabras que componen el título del libro, Tao, es literalmente intraducible y así, sin traducir, se la encuentra habitualmente en las versiones a otra lengua de la obra de Lao-tse. Pero como pocas son las páginas de esta última en que esa palabra no nos salga al paso en más de una vez, el lector no tiene más remedio que hacerse alguna idea de lo que hay que entender por ella.

El vocablo chino Tao significa primero ''camino'', luego por derivación ''método'', que es camino o norma del pensamiento, y también el ''pensamiento'' o la ''norma'' misma. En el contexto del libro de Lao-tse esa palabra se refiere, más ambiciosamente, al oscuro fondo primigenio, arcano y divino, de donde proceden, lógica y físicamente, todas las cosas, lo cual parece implicar también como significado la ley o razón eterna del universo.

Del Tao dice en su libro Lao-tse que es innominado y eterno (cap. 1), que es un vacío difícil de colmar (cap. 4), que es el no-ser y forma sin forma (cap. 14), que es inmóvil e insondable, que todo lo llena sin extinguirse jamás y que si el hombre acata las leyes de la Tierra, la Tierra las del Cielo y el Cielo las del Tao, éste ''acata  las de su propia naturaleza'' (cap. 25). El sinólogo Wilhelm propone, inspirándose en un pasaje del Fausto de Goethe, entender generalmente por Tao en tales contextos ''Sentido'' o ''Razón''.

Hay quien opina que el pensamiento del Tao Te Ching está insuperablemente anclado en el firmamento de la cultura china y que es por tanto inconmensurable, por no decir incompatible, con el pensamiento occidental. Una razón que apoyase este punto de vista pudiera ser, por ejemplo, el hecho de que el chino no es, como el griego, un lenguaje fonético, apto para la abstracción conceptual, sino ideográfico, y de ahí tal vez que los conceptos que pueblan el universo del pensamiento chino sean de contornos más borrosos (o abstractos) que los del occidental, y que sean menos nítidas las fronteras entre filosofía y religión, o entre teoría y praxis.

Si por pensamiento occidental entendemos únicamente el pensamiento de tradición analítica, como el de ParménidesAristóteles o Kant, puede que así sea. Pero dentro de otros sistemas de pensamiento occidental de tradición dialéctica, gnóstica o panteísta podríamos encontrar más de un equivalente del Tao de Lao-tse, desde el ''Apeirón'' de Anaximandro, el ''Logos'' de Heráclito y los estoicos, el ''Dios o Naturaleza'' de Spinoza o el ''Espíritu absoluto'' de Hegel hasta ''lo Englobante o Circunvalante'' de Jaspers. Como estos otros conceptos clave de sus respectivos sistemas, el Tao de Lao-tse sitúa su contenido más allá del sol y de la sombra y de cualquier pareja dialéctica de contrarios, allende el Cielo y la Tierra y allende el mismo Ser, a los que es, sin embargo, también inmanente, lo cual invita a relacionarlo por un lado con el Todo de los panteístas y por otro con la Nada de los místicos. Es, en suma, uno de esos conceptos de los que Wittgenstein decía que sólo podemos alcanzar trepando por una escalera que luego hay que tirar.

El que se dispone a iniciar la lectura de un clásico como el Tao Te Ching no es raro que antes haya recibido el consejo, hablado o escrito, de que debe despojarse primero de todo hábito de pensamiento occidental y zambullir después su desnuda mente en las puras aguas del taoísmo. Pero así el pensamiento de Lao-tse no aplica a sus simpatizantes tan a rajatabla como otras filosofías y religiones la regla del todo o nada. El filósofo Lin Yutang, excelente compilador de la sabiduría oriental, no tiene el menor reparo en reconocer significación taoísta a las siguientes palabras de Einstein:

Es suficiente para mí contemplar el misterio de la vida perpetuándose a sí misma a través de toda la eternidad, reflexionar acerca de la maravillosa estructura del universo, que percibimos vagamente, y tratar de comprender con humildad una parte infinitesimal de la inteligencia que se exhibe en la naturaleza.

Raymond Smullyan, brillante lógico de nuestro tiempo aficionado al orientalismo, ironizó sobre este tema en su bello libro El silencio del Tao. En él, describe un momento en que un imaginario y enojado colega, que sigue con desgana los malabarismos conceptuales del autor para conjugar Oriente y Occidente, termina por espetarle:

 — ''Defínete de una vez, condenado Smullyan, ¿crees o no crees en el Tao?''

 — ''Eso dependería —le responde con flema típicamente Zen el interpelado— de mi talante al despertar el día en que te contestase. Si fuese un día en que yo amaneciera con humor occidental, quizá te dijera que tal vez sí. Pero si mi humor matutino fuese oriental, en lugar de contestaste, me limitaría a sonreír con displicencia y ofrecerte una taza de té.''

El Tao —dice Lao-tse en el capítulo sexto de su libro— es como una hembra misteriosa.

¿A quién, por poco oriental o por muy occidental que sea, no le fascina una hembra misteriosa? ¿Y a quién no se le ha pasado al menos ocasionalmente por la cabeza, sobre todo si a leído a Freud, que tal vez esa hembra misteriosa pudiera ser algo tan entrañable como nuestra propia madre?.

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